Muchos desconocen la historia sobre el conocido Muelle a pesar de ser un artista urbano de grafitis
La primera firma documentada de Muelle data de 1984 y fue realizada en Campamento, ciudad dormitorio que se sitúa al sur de la capital. Su familia cuenta que el nombre de Muelle viene de cuando compro una bicicleta y posteriormente le añadió amortiguadores de moto; sería después de esta curiosa anécdota cuando sus compañeros del barrio le empezaron a llamar con este apodo.
Las características de su firma (o tag) son las siguientes: seis letras que surgen de una misma línea, apoyadas sobre un tirabuzón pictórico que termina en una flecha. Y por último, arriba a la derecha, el símbolo de marca registrada. En un primer momento sus firmas eran muy simples, ya que únicamente se componían de un solo trazo; posteriormente empezó a darle sombras de colores y profundidad, influenciado levemente por el grafiti neoyorquino.
Su soporte favorito siempre eran localizaciones con amplia visibilidad; principalmente tapias de solares y vallas publicitarias, sobre todo este último, ya que él siempre consideró su mensaje artístico como: «Un antídoto contra el bombardeo de imágenes que nos invade». Eran numerosas las veces que se lamentaba de que una gran parte de la ciudadanía relacionara el graffiti con el vandalismo, pero que a su vez se mostraran impasibles ante el bombardeo publicitario que sufrían de forma sistemática.
La fase inicial como grafitero se desarrolló en su barrio de Campamento. Sería años después cuando empezó a lanzar su mensaje fuera de su ciudad, principalmente en el distrito centro y en otras zonas de la periferia del sur de la capital. Sus familiares recuerdan que se solía desplazar en Vespino por Madrid y alrededores. Otras veces lo hacía en metro, como muy bien nos cuenta su amigo Remebe: «Entrabamos al metro para ir a pintar a las diez de la mañana y no salíamos hasta las ocho de la tarde». La fama de Muelle no tardó en llegar, y pronto empezaron a proliferar otras muchas firmas que ayudaron a crear el imaginario del grafiti autóctono madrileño: Club, Juan Manuel, Rafita Bleck (la rata), Fer, etc.
A principios de los años noventa Muelle ya era un artista de renombre. En 1992 le cobró 100.000 pesetas al Círculo de Bellas Artes por decorar un escenario de 12×4 para su famosa fiesta de carnaval. Quiero recordar que, este mural se ha revalorizado con los años, ya que, lamentablemente, es una de las pocas piezas que se ha conservado del artista (junto con la famosa firma de la calle Montera). Un año después, en 1993, se retira como grafitero, según él porque: «Su discurso estaba agotado». Por aquellos años el grafiti neoyorquino ya había penetrado en la capital, siendo asimilado por una nueva generación de artistas urbanos. El 1 de junio de 1995, Juan Carlos Argüello (Muelle), muere víctima de un cáncer que acaba con su vida en pocos años. En la actualidad apenas quedan unas cuantas obras de él, alrededor de cinco, entre ellas la que existe en la céntrica calle de Montera.
la primera firma que echamos al hacer el DNI no volverá a repetirse exactamente igual, las pintadas de Muelle evolucionan con el paso del tiempo. Los 'tags' de Argüello, en origen, tienen una estética punk, con letras quebradas y picudas que después se suavizan, redondeándose. “A mí me gusta pensar en esto como un reflejo de la dinámica española. De la Transición combativa a una consolidación de la democracia más dulce, más europea, donde lo que predomina no es la lucha de clases, sino vivir la vida”, afirma Fernando.
Muelle es un autóctono. Se identifica con la ciudad de Madrid. Crea un estilo y un movimiento que será denominado como 'flechero' (terminar con una flecha las piezas, propio de la subcultura punk de los años 70 y 80 en EEUU) y sobre todo, deja un mensaje. Un mensaje que, como él mismo reconocerá en entrevistas posteriores al 85, es comunicativo. “Expone una filosofía de vida, como con el rock. Lo de vivir un poquito al límite, es un 'chico malo' pero tampoco es un delincuente”, cuenta Figueroa. Argüello posee el impulso adolescente, es el inconformismo, la búsqueda de la autosuficiencia y la autonomía, dejar a un lado el niño y buscar al hombre que se lleva dentro. Es un James Dean en Rebelde sin causa. Es el héroe que Madrid necesita después de la Transición para convertir una ciudad gris en una ciudad multicolor. Es el Muelle forjándose en leyenda sin saberlo.
“Muelle influyó en todo, porque antes de él no había nada”. La contundente afirmación pertenece a Pastron#7, uno de esos chavales que bebieron de la escuela de Argüello. Ahora es un hombre que ha cambiado los botes por la redacción: es periodista. Cuenta que Juan Carlos “se convirtió en un personaje de la movida madrileña, alguien fresco, moderno, que trajo algo que no existía y que encima cayó bien, porque lo hacía sin molestar”. El grafitero tenía una ética propia: no firmaba en fachadas de casas, ni en trenes, ni en autobuses. Buscaba lugares neutros, como podían ser los carteles publicitarios de El Corte Inglés anunciando la moda de primavera-verano o el papel de los anuncios en las estaciones de metro.
Tanto era así, que hasta la Policía le tenía por un chico simpático. “Entre Muelle y la Policía siempre se da una relación cordial. No robaba, no mataba, solo pintaba su nombre en los muros. Era como publicidad, pero propia”, cuenta Fernando. El contexto en el que Argüello se mueve es el de una España que abraza nuevas libertades, donde la calle se sitúa como espacio de dominio público. Madrid quiere abrirse al mundo y mirarse en otras ciudades europeas como Londres o París, en las que el arte urbano está asentado desde hace varias décadas. “Cuando le detenían, que fueron pocas veces, el comisario de turno le pedía una firma 'para sus niños', porque Muelle se había convertido en un personaje parecido a Alaska, Loquillo... a un personaje de la Movida, un icono popstar”, afirma Figueroa.
Hugo es otro grafitero de la era post-Muelle. Nació en 1981 y lleva pintando desde el 95, año en el que Argüello fallece. Bajo el pseudónimo de Sfhir, este madrileño confiesa que ya desde pequeño siempre le llamó la atención el grafiti. Tanto, que su primer recuerdo relacionado con el tema es el de estar firmando su nombre en la Torre Eiffel de París durante una excursión con el colegio. “Con 14 años ya tenía ese síndrome... Me gustaba dejar mi señal allá donde fuese”, dice Sfhir. Confiesa que Muelle fue la primera referencia de grafiti que tuvo. “El primer contacto que tienes con algo se te queda marcado de por vida”.
Entonces a él le dio por los botes y los sprays, y se fijó inevitablemente en Muelle: “Tampoco es que a mi me encante lo que hizo, porque tengo muchos otros referentes, pero él es un pilar básico del grafiti en España”, afirma.
Juan Manuel, Bleck (la rata), Remebe o Tifón son algunos de los artistas que vienen 'detrás' de Muelle. Es particular el caso de Juan Manuel, un peluquero que pintaba ya incluso antes que lo hiciera Argüello. No supo (o no quiso) dedicarse al grafiti seriamente, pero sí que llegó a conocer personalmente a Juan Carlos. Otro caso curioso es el del hoy actor de cine y teatro Daniel Guzman. El Tifón fue amigo de Muelle hasta su muerte e incluso pintó con él en varias ocasiones. Además, protagonizó en 1990 un docudrama (Mi firma en las paredes) que trata la figura de Argüello desde la piel de un chico que quiere convertirse en grafitero a finales de los ochenta. “Juan Carlos no difería nunca de Juan Carlos, era auténtico. Era una persona muy sociable y a la vez solitaria”, cuenta el actor a eldiario.es. Muelle era siempre Muelle, como Argüello era siempre Argüello. Una personalidad amable, introvertida, bondadosa, cordial, ética. Un mundo interior rico y prolífico.
La influencia de Argüello era palpable en cada grafiti de Madrid de 1990. “Muelle es un ejemplo de conducta: es ético, no es vandálico y es una persona sencilla. Sin un ego soberbio”, dice Fernando Figueroa. El halo de misterio que le rodeó hasta las primeras apariciones públicas en los medios, a finales de los ochenta, le volvieron casi un Robin Hood. Los mismos mandos policiales, al principio, se sentían desorientados. No sabían qué era Muelle: “Ellos conocen que existen códigos cerrados por parte de bandas de delincuentes. Piensan que es un mensaje de alguna banda. Una de sus teorías fue que la flecha marcaba la dirección a la casa del camello que vendía droga”, afirma entre risas el historiador.
Hay un dato fundamental que permite a Muelle convertirse, al mismo tiempo, tanto en pionero como en leyenda del grafiti madrileño. Y no es otra cosa que su moto. “Ver su Vespino aparcada por las calles de Madrid, buscarle para ver donde estaba pintando y poder asistir en directo a ese momento era algo especial”, asegura Daniel Guzmán. Juan Carlos Argüello conducía su dos ruedas allá donde se dirigiese, ya fuera a visitar a una novia o pintar un muro. “Esto propicia multitud de historias y leyendas sobre él, porque los chavales ven la moto aparcada en este o en otro lugar y comienzan a imaginar. La moto a Muelle le dio la vida, aunque también se conocía la ciudad, ya que trabajó un tiempo de mensajero”, asegura Fernando. Era ese poder como de ubicuidad lo que le hizo a Argüello trascender de simple mortal a mito de la Movida.
El legado de Muelle continúa vivo en un extenso archivo documental que recoge sus obras durante cuatro décadas. Este archivo es una celebración de la vida y carrera de Muelle, y un testimonio de su influencia duradera en el arte del graffiti en Madrid y en toda España.
El trabajo de Muelle no solo ha influido en generaciones de grafiteros madrileños, sino que también ha llevado el arte del graffiti a las subastas de arte, demostrando que este tipo de arte urbano puede tener un valor tanto cultural como económico.
El legado de Muelle es una prueba de que el graffiti es más que un simple acto de vandalismo. Es una forma de arte, una forma de expresión y una parte integral de la cultura urbana. A través de su trabajo, Muelle demostró que el graffiti puede ser una forma de arte respetada y valorada, y su influencia en el arte urbano madrileño perdurará durante muchos años más.
Comentarios
Publicar un comentario